La tiranía del mérito

Veronica Vera
12 min readSep 6, 2020

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“Aquí hay una pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿Qué salió mal? No solo con la pandemia sino con nuestra vida cívica, ¿Qué nos llevó a este momento político polarizado y rencoroso?”

En la última semana de agosto, en la plataforma TED subieron este video de Michael Sandel, y como cada material que se comparte de él siempre es para leerlo varias veces, escucharlo varias veces y pensar continuamente el mensaje que nos deja. En este caso se explaya sobre un punto que ya tocó en una nota que publicó en abril (y que vimos en este post) y creo que es una síntesis/introducción sobre el tópico de su próximo libro a publicarse en un par de días (15 de septiembre): “La Tiranía del Mérito. ¿Qué ha sido del bien común?”.

Aunque al igual que en otras oportunidades, su planteo es sobre EEUU, el mismo es perfectamente extrapolable a todo el mundo: esa pregunta que hace (y es inicio de este artículo) sobre porque estamos en un momento político polarizado, no es algo exclusivo de EEUU, exacerbado por su época de elecciones, sino que lamentablemente en muchos lugares del mundo hoy vemos polarizaciones y por ende todos nos estamos preguntando ¿Qué nos pasó con nuestra vida cívica? Veamos lo que nos plantea Sandel (Nota: el video aún no tiene su traducción al español, así que yo le hice una traducción NO literal que es la que comparto a continuación):

“En las últimas décadas, la división entre ganadores y perdedores se ha ido profundizando, envenenando nuestra política y separándonos. Esta división se debe en parte a la desigualdad. Pero también tiene que ver con las actitudes que tomamos cuando ganamos y cuando perdemos. Aquellos que alcanzaron la cima llegaron a creer que su éxito fue todo obra de ellos, una medida de su mérito, y que aquellos que perdieron no tenían a nadie a quien culpar más que a ellos mismos.

Esta forma de pensar sobre el éxito surge de un principio aparentemente atractivo. Si todos tienen las mismas oportunidades, los ganadores merecen sus ganancias. Este es el corazón del ideal meritocrático. En la práctica, por supuesto, nos quedamos muy cortos. No todo el mundo tiene las mismas posibilidades de crecer. Los niños nacidos de familias pobres tienden a seguir siendo pobres cuando crecen. Los padres adinerados pueden transmitir sus ventajas a sus hijos. En las universidades de la Ivy League, por ejemplo, hay más estudiantes (de ingresos) del 1% superior que de toda la mitad inferior del país combinada”

Esto me hace pensar lo que planteamos hace un par de semana atrás sobre la importancia del “contexto”, creo que no se trata de restar importancia o valor al esfuerzo, determinación, perseverancia, imaginación, y valentía de cada uno para luchar por sus sueños, PERO, tampoco hay que restar importancia a un “contexto” que con las condiciones propias te impulsa y/o facilita que alcances ciertas metas, y sin esas condiciones…bueno…todo cuesta mucho más, en el mejor de los casos, y en el peor de los casos, tus sueños no se cumplen.

Por ejemplo, siempre pienso en toda la gente (acá en la ciudad de México) que trabajan vendiendo comida en la calle, puestos de tacos o jugos, por citar dos ejemplos muy comunes, esta gente llega a sus lugares (de venta, generalmente esquinas o zonas muy transitadas), a las 5 de la mañana, desde ese momento comienzan a preparar lo que venderán en el día, a limpiar, a organizarse….y van cerrando a las 6 o 7 de la tarde, luego de haber limpiado y ordenado todo, es decir a este gente no le falta energía, voluntad, esfuerzo… pero nacieron, se criaron y se mantienen en unas condiciones (contexto) que no le hace la vida más fácil para ya sea tener mayores ingresos o tener un ritmo de trabajo menos agotador físicamente o lo que es más evidente en este tiempo de pandemia: no pueden hacer “cuarentenas” de meses en sus casas, es esta gente la que “rompió” la cuarentena en muchos lugares de Latinoamérica cuando aún estaba en semáforo en rojo, y es difícil culparlos de esta “irresponsabilidad” sin considerar su contexto.

Volvamos a Sandel:

“Pero el problema no es solo que fallamos en cumplir con los principios meritocráticos que proclamamos. El ideal en sí es defectuoso. Tiene un lado oscuro. La meritocracia es corrosiva del bien común. Conduce a la arrogancia entre los ganadores y a la humillación entre los que salen perdiendo. Anima a los exitosos a inhalar tan profundamente su éxito, que se olvidan de la suerte y la buena fortuna que los ayudaron en su camino. Y los lleva a menospreciar a los menos afortunados, menos acreditados que ellos. Esto es importante para la política. Una de las fuentes más poderosas de la reacción violenta de la gente es la sensación entre muchos trabajadores de que las élites los desprecian. Es una queja legítima.

Incluso cuando la globalización trajo consigo una creciente desigualdad y un estancamiento de los salarios, sus defensores ofrecieron a los trabajadores algunos consejos vigorizantes. “Si quieres competir y ganar en la economía global, ve a la universidad”. “Lo que ganas depende de lo que aprende”. “Puedes lograrlo si lo intentas”. Estas élites pasan por alto el insulto implícito en este consejo. Si no vas a la universidad, si no prosperas en la nueva economía, tu fracaso es tu culpa. Ésa es la implicación. No es de extrañar que muchos trabajadores se hayan vuelto contra las élites meritocráticas.

Por estos días comencé a leer un libro de Ken Robinson, llamado “Tú, tu hijo y la escuela: El camino para darle la mejor educación”, y en la introducción critica una serie de medidas que tomaron los sistemas educativos de todo el mundo (aunque hay excepciones) y que hasta ahora están fracasando, y en entre esos puntos está el exceso de exámenes, que en vez de ser un “pulso” para ayudar a los niños y jóvenes en su aprendizaje, se vuelve en filtros feroces que elimina a la gente con lo cual ya no es tan fácil seguir el consejo de los defensores de la globalización. Esto nos dice Robinson:

“La obsesión con los exámenes está convirtiendo muchas escuelas públicas, en las que están matriculando 9 de cada 10 niños estadounidenses, en lugares poco agradables. Las prácticas de examen, junto con los exámenes de prueba, diagnóstico y conocimiento, aumentan el número total de exámenes normalizados hasta 33 al año en algunos distritos. La educación física, el arte, las lenguas extranjeras y otras materias fundamentales pierden terreno en favor de una mayor preparación en las materias troncales que van a examen. En distritos pobres, es incluso más probable que enseñar para aprobar los exámenes sustituya a las otras actividades que los alumnos tanto necesitan.

Existe una mayor competencia por obtener plaza en determinadas escuelas y facultades, y las decisiones que toman los seleccionadores suelen basarse en las notas. Cada vez más pronto, el alumnado oye que obtener buenas notas es la clave para tener éxito en la vida y que un único desliz podría ser catastrófico. Saca mala nota en ese examen y no podrás ir a clases de nivel avanzado, y si no vas a esas clases, las universidades de élite no te tomarán en serio, y si no te aceptan en una de ellas, ya puedes ir olvidándote de encontrar un empleo decente y bien pagado. Ese mensaje está plagado de errores, pero los niños y niñas lo reciben a diario por parte de la escuela y, a menudo, también de sus familias”

Sandel dice que la “meritocracia es corrosiva del bien común”… al escuchar ese planteo por primera vez nos puede parecer extraño y quizás hasta molestarnos o no entenderlo, pero luego al leer estas observaciones de Robinson sobre los exámenes, todo cobra sentido: si desde la mas tierna infancia te inculcan esa mentalidad de competición, de ser el mejor, y de ser el número uno, queda poco espacio para desarrollar la empatía, colaboración y compasión tan necesarias para cuidar el bien común; pero lo más grave es que esa mentalidad destruye en los jóvenes su auto-confianza: primero tienen miedo de fracasar en los exámenes para no arruinar su futuro, y luego cuando entran al mundo laboral tienen miedo de hablar y actuar y pensar para no perder el trabajo; Aprendieron a seguir como autómatas lo que dice y dicta el sistema, en vez de aprender a creer en ellos mismos.

Volvamos con Sandel:

“Entonces, ¿qué debemos hacer? Necesitamos repensar tres aspectos de nuestra vida cívica. El papel de la universidad, la dignidad del trabajo y el significado del éxito.

Deberíamos empezar por repensar el papel de las universidades como árbitros de oportunidades. Para aquellos de nosotros que pasamos nuestros días en compañía de los titulados, es fácil olvidar un hecho simple: la mayoría de las personas no tienen un título universitario de cuatro años. De hecho, casi dos tercios de los estadounidenses no lo tienen. Por tanto, es una locura crear una economía que haga del título universitario una condición necesaria para un trabajo digno y una vida decente”

Luego de ver esos números me quedé con la curiosidad de conocer cómo serían los números para México, en estas notas (link y link) encontré que “2 de cada 10 personas tienen un título universitario”, es decir un 20% (en EEUU seria un 34%, si traducimos los datos que nos da Sandel a %)

“Alentar a las personas a ir a la universidad es algo bueno. Ampliar el acceso para aquellos que no pueden pagarlo es aún mejor. Pero esta no es una solución a la desigualdad. Deberíamos centrarnos menos en preparar a las personas para el combate meritocrático y centrarnos más en mejorar la vida de las personas que carecen de un diploma pero que hacen contribuciones esenciales a nuestra sociedad

Este punto me pareció de absoluto sentido común: si son tantos los que NO tienen título universitario ¿porque debemos seguir fomentando una economía que privilegia con un trabajo digno y una vida decente SOLO a quienes SI tienen un título universitario? Por una parte, si tomamos lo que hoy en día todos los expertos nos dicen, que la inteligencia es diversa y dinámica (porque aprendo continuamente) tenemos ese 80% de la población (tomando el caso de México) de quienes no estamos aprovechando sus talentos y habilidades particulares, que la educación formal no supo fomentar ni mantener (o lo que es peor: ¡les mato la creatividad!); Por otra parte con los continuos cambios ya no sabemos si un diploma que te llevó 4 o 5 años tenerlo es realmente útil…y acá es muy oportuno otro párrafo de Ken Robinson, del libro citado arriba, cuando critica el “academicismo” tan preponderante hoy en día, él nos dice que vivimos en una “inflación académica”, antes bastaba tener un título de grado para tener un buen trabajo, luego ya te pidieron master, ahora te piden doctorado, entonces él pregunta: “¿luego van a pedir que tengamos un premio Nobel?”, veamos este párrafo de él:

“La idea central de la reforma educativa reside en aumentar el nivel en la clase de aptitudes académicas que se requieren para obtener un título universitario. Los gobiernos animan a ir a la universidad al mayor número de personas posibles, porque suponen que los graduados universitarios, poseen las cualidades que las empresas necesitan y tienen más posibilidades de conseguir empleo que aquellos que carecen de estudios superiores.

La estrategia parece razonable, pero no está dando los resultados que se esperaban. Un título universitario ya no es garantía de un trabajo bien remunerado, en parte por la cantidad de titulados universitarios que hay en la actualidad. Las empresas tampoco están contentas, y es a estas a quienes los políticos intentan complacer. Dada la velocidad a la que está cambiando el mundo laboral, el empresariado arguye que necesitan personas versátiles y capaces de acometer nuevas tareas y desafíos; personas creativas y que aporten ideas para nuevos productos, servicios y sistemas, y personas capaces de colaborar y trabajar juntas. Se quejan de que muchos jóvenes con titulaciones académicas convencionales no son versátiles ni creativos ni saben trabajar en equipo. ¿Cómo van a ser de otro modo? Han pasado años en el sistema educativo aprendiendo que el régimen de constantes exámenes premia la conformidad, el acatamiento y la competencia”

Volvamos con Sandel 😊

“Debemos renovar la dignidad del trabajo y colocarlo en el centro de nuestra política. Debemos recordar que el trabajo no se trata solo de ganarse la vida, también se trata de contribuir al bien común y ganar reconocimiento por hacerlo.

Robert F. Kennedy lo expresó bien hace medio siglo. Compañerismo, comunidad, patriotismo compartido. Estos valores esenciales no provienen simplemente de comprar y consumir bienes juntos. Vienen de un empleo digno, con un salario decente. El tipo de empleo que nos permite decir: ‘Yo ayudé a construir este país. Soy partícipe de sus grandes empresas públicas’. Este sentimiento cívico falta en gran medida en nuestra vida pública de hoy.

A menudo asumimos que el dinero que gana la gente es la medida de su contribución al bien común. Pero esto es un error. Martin Luther King Jr. explicó por qué. Reflexionando sobre una huelga de los recolectores de basura en Memphis, Tennessee, poco antes de ser asesinado, King dijo: ‘La persona que recoge nuestra basura es, en el análisis final, tan importante como el médico, porque si no hace su trabajo, las enfermedades son rampantes. Todo trabajo tiene dignidad’.

La pandemia de hoy lo deja claro. Revela cuán profundamente confiamos en trabajadores que a menudo pasamos por alto. Trabajadores de reparto, trabajadores de mantenimiento, empleados de supermercados, trabajadores de almacén, camioneros, auxiliares de enfermería, trabajadores de cuidado infantil, proveedores de atención médica domiciliaria. Estos no son los trabajadores mejor pagados ni los más honrados. Pero ahora, los vemos como trabajadores esenciales. Este es un momento para un debate público sobre cómo alinear mejor su salario y reconocimiento con la importancia de su trabajo.

También es hora de un giro moral, incluso espiritual, cuestionando nuestra arrogancia meritocrática. ¿Merezco moralmente los talentos que me permiten prosperar? ¿Tengo algo que ver con el vivir en una sociedad que valora los talentos que tengo? ¿O es esa mi buena suerte? Insistir en que mi éxito es lo que me corresponde/que yo solo lo gané hace que sea difícil ponerme en los zapatos de otras personas. Apreciar el papel de la suerte en la vida puede generar cierta humildad. Allí voy, ya sea por el accidente del nacimiento, o la gracia de Dios, o el misterio del destino.

Este espíritu de humildad es la virtud cívica que necesitamos ahora. Es comenzar a retornar desde esa severa ética del éxito que nos separa. Es lo que nos lleva, más allá de la tiranía del mérito, hacia una vida pública menos rencorosa y más generosa”

Yuval Harari suele decir que el presente nos plante 3 grandes desafíos: i) Rediseñarnos continuamente a nivel laboral, ii) Comprender lo que sucede a nuestro alrededor y iii) Orientarnos en el laberinto de la vida. No creo que junto con el título universitario también obtenemos esta preparación…no fue mi caso y creo que no es el caso de muchísimos graduados…

Los expertos, observadores y analistas de diferentes campos, no solo el educativo, nos dicen continuamente que las habilidades claves para el mundo laboral de hoy y de mañana son: i) Colaboración, ii) Creatividad, iii) Comunicación, iv) Compasión y v) Pensamiento crítico. De nuevo, no creo que el sistema educativo en general y la universidad en particular nos ayude a desarrollar esas habilidades…

Lo que SI creo es que ante este “vació” que deja el sistema educativo, las compañías pueden tomar acciones que aporten a este cambio que se necesita y un buen comienzo sería comenzar a preguntarse: ¿seguiremos usando SOLO el título universitario como filtro para sumar gente? ¿cómo hacemos para aprovechar los talentos y habilidades de quienes NO tienen título universitario? ¿vamos a continuar dando mejores salarios y prestaciones y oportunidades SOLO a nuestros empleados con título universitario (aunque lo que hayan estudiado hace 20 años en la universidad no les sirva de mucho para gestionar el presente)?

En algunos lugares (como ser en mi país, Argentina) hay una práctica común de muchas empresas: si estás trabajando con ellos y aun no terminaste tu carrera universitaria, al terminarla y titularte te aumentan el salario, a la luz de lo que venimos viendo en este artículo ¿esta práctica sigue teniendo sentido? ¿Acaso no está aumentando la “Inflación académica” de la que habla Robinson? O lo que es peor: me colocas en un dilema estresante, porque si sucede que, durante mi trabajo descubrí talentos y habilidades que no sabía que tenía y que la universidad no me lo fomentó ni fomentará, pero vos solo aumentaras mi salario si obtengo el título ¿Qué hago? Con ese título aumentarás mi salario, pero…a cambio ¿recibirás más creatividad de mi parte?

La ventaja competitiva de una compañía NO es el “número de titulados universitarios”, eso es un instrumento, como tantos otros instrumentos de trabajo tiene hoy una organización (desde procesos, tecnologías, planes, etc), necesitamos un cambio de mentalidad para entender que la ventaja competitiva de cualquier organización es su gente: con su creatividad, sensibilidad y buen juicio, el desafío es: ¿vamos a crear las condiciones para atraer, desarrollar, mantener y cuidar esa ventaja competitiva?

Al final de su mensaje Sandel nos pide recuperar el espíritu de humildad, y no es un pedido menor, porque es con humildad que salimos a buscar, a escuchar, a explorar y a conocer perspectivas, y conociendo otras perspectivas ganamos confianza para experimentar, que es justamente lo que hace falta: probar hacer algo diferente a lo que venimos haciendo.

Ps1. Link con el texto completo de Sandel

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